sábado, 15 de octubre de 2016

DÍA UNO...




         El profesor entró, esperó que se hiciera el silencio y dijo:
         ¡Sexo, sexo y más sexo, todo es sexo!
         Tras un instante de pausa para recrearse en el asombro de su público, añadió:  
       Por hoy es suficiente. Pueden marcharse a vivir su sexo. Disfruten de ello. Mañana les preguntaré.
          La audiencia quedó atónita. Se miraron unos a otros para compartir su perplejidad, y, cuando cerró la puerta tras salir del aula, las carcajadas llenaron de incredulidad el recinto.
          Está chiflado. Como una regadera. Como una puta cabra. Es simpático. Es un gilipollas. Pero tiene razón. Debemos vivir el sexo. Eso no admite demora ¿Quién se apunta? Estás salido. Estás tonto. Lo dijo el profesor. Está igual de tonto que tú, o tú igual de idiota que él. Es un sabio. Hay que seguir sus consejos. No hay sexo sin amor… al menos para mí. Yo estoy enamorado. ¿De quién? Del sexo. No digas tonterías. No pensáis en otra cosa. Os amamos…
           La algarabía en el aula se fue diluyendo conforme la gente salía del recinto. Pero en el pasillo, los pequeños grupos, seguían comentando con ironía la anécdota de la mañana.
            Esta asignatura promete. Si todo es así, será divertida. Como el sexo. ¿Así de breve? Ja, ja, ja. Esperaba otra cosa. Y yo. Es habitual que el sexo te decepcione. A mí me gusta. A mí me entusiasma. ¿La asignatura? El sexo. ¡Idiota…!
            Salieron al exterior. El día era espléndido, soleado, agradable. La terraza del bar estaba orientada a medio día y resultaba acogedora. Los precios en la cantina de la Universidad eran asequibles.
        ¿Qué va a ser? Sexo. Perdón. Soda. Para mí, una cola. ¿Su cola? Ja, ja, ja. ¡Imbécil!
              El camarero, un atractivo joven, les miró con cara de poco amigos.
              Yo lo mismo. ¿Sexo o soda? ¡Idiota…!
              No tengo todo el día...
               Ya me gustaría. Una cerveza. Igual. Dos. Tres. Cerveza. También para mí
               Ramón estaba colado por Lola. Se le reían los huesos cuando ella estallaba en una carcajada con la risa espontanea, graciosa y contagiosa que tenía. Antonio, su amigo más íntimo, le decía que a veces babeaba cuando se quedaba absorto mirándola.
                ¡Lástima que no me haga ni puto caso!
                ¡Pero si eres un capullo! ¡Éntrale…!
                 A ella le mola Roberto…
                 Ese sí que es un gilipollas. ¿No sé que encuentran las tías en él?
                 Le chorrea la arrogancia.
                 Lo que le chorrea es la gilipollez, además, creo que es marica.
                 Pues a las tías les gusta.
                 Carita mona, ropita chorra, aire de triunfador…

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