miércoles, 28 de diciembre de 2016

DÍA TRECE



                      
                       Entró, subió al estrado, esperó el silencio y preguntó:
                     ¿Hay en la clase algún maricón, perdón, algún “gay”?… Bueno… alguien que se sienta homosexual… lesbiana...
                      Hubo algunas risas, pocas y entrecortadas. Todo el mundo sospechaba que lo había, pero nadie dijo nada. Parecía que existía un acuerdo implícito en no denunciar al… ¿raro? ¿diferente? ¿peculiar?
                       ¡No me lo puedo creer! De nuevo son ustedes unos hipócritas. Se calcula que el diez por ciento de la población es homosexual. Aquí, en esta aula, podría haber perfectamente tres o cuatro.
                        Todos hicieron un rápido repaso intentado descubrir a los encubiertos.
                        ¿A dónde quiere llegar hoy? –se preguntó Roberto.
                         Parece que en el sexo hay mucha hipocresía: queriendo alabarlo, se esconde; simula ser generoso, siendo egoísta; y se reniega en su expresión, siendo una vivencia deseada.
                         Lo preguntaré de otra forma. ¿Quién de ustedes es heterosexual?
                         Algunos levantaron el brazo, hasta que se dieron cuenta de su estúpida actitud.
                         Pues “creced y multiplicaos”, les dijo despertando la risa en la mayoría silenciosa. 
                         Decíamos que el sexo, y su impulso, el amor, es una motivación de la vida, generosa y egoísta,  a través de la cual se ofrece al otro parte de sí, y se reclama al otro parte de él, para crear, entre ambos, un nuevo ser, nacido de la fusión de la esencia de cada uno, de dos células fecundantes, primigenias. Lo irracional, lo instintivo, modula una emoción primordial en los seres humanos, en la que se fundamenta su vida y se construye la sociedad. La familia, núcleo reproductor  exclusivo y célula social por excelencia, estará condicionada por un instinto primitivo, el más primitivo de todos, el reproductor.
                    ¿Qué es más fuerte en nosostros, lo instintivo o lo racional? preguntó a su perpleja audiencia.
                      Somos racionales. Algunos parecen irracionales. Depende. En ocasiones… ¿Qué sé yo?
                      Creo que todos estaremos de acuerdo en que el individuo podría comportarse con una irracionalidad grosera y violenta, convertirse, en alguna ocasión, en “un animal”, pero la sociedad,  y las normas racionales que la regulan, ¿piensan que pueden estar sujetas a cuestiones instintivas, a “leyes” irracionales?
                       La negación fue unánime y clamorosa, aunque alguna de ellas fuese aireada por participar en la repulsa colectiva, pero quedase la razonable duda en el pensamiento.
                  El "Génesis", primer libro de la "Torá" (la Ley), dice: Y los bendijo Dios diciéndoles: Creced y multiplicaos, llenad la tierra…”.
                       ¿Es pues, el impulso reproductor, que sustenta nuestro amor, un instinto animal, salvaje y primitivo, o un mandato de Dios, una generosa bendición?
                        Si consideramos que fue una dádiva divina, es razonable que la sociedad enaltezca este amor reproductor, como el amor por antonomasia. Pero recuerden, dijo: “multiplicaos”. Para algunos, para muchos, para casi todos, por concienciación, consciente o inconsciente, esto implica que solo tendrá la bendición celestial y, por ende, terrenal, aquel amor encaminado a la “multiplicación”.
                         Roberto sintió un discreto escalofrío de desesperanza

                     Todo el placer sexual que no esté encaminado hacia la reproducción, placer gratuito, será maldito para la moral social, por desafiar el mandato divino, asumido por ella, y ser inútil en su finalidad.
                      ¿Qué piensan… es así, debe ser así?

                     ¡Ah... !  Si lo creen oportuno, sería interesante "compartir" esta inquietud con sus amigos para contrastar pareceres que, ¡ojalá!, nos sean de utilidad en la vida.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

DÍA DOCE



                                   

                     ¿Qué tal les fue? ¿Disfrutaron del sexo?  

                  Qué más quisiera. Ya me gustaría. No me explico cómo la especie humana no se ha extinguido. Por lo que a mí concierne, mal futuro le preveo. No me como ni una rosca.
                  ¿Quién no disfrutó del placer del sexo? ¿Quién sí?... ¿Nadie?… Nadie contesta…  

                   Yo sí –le susurró a su amiga.
            ¡Uhauuu!, -exclamó ésta sorprendida y discreta ante la confidencia-. Estuviste con…
                   ¡Síííí…! - gritó en silencio.
                   ¡Cuenta, cuenta...!
                   ¡Fue maravilloso!

                   ¿Sienten vergüenza en descubrir su satisfacción con el placer del sexo? Veamos. Sean valientes y sinceros. No sean hipócritas.
                     Rieron, pero nadie dijo nada.
                    Todo el mundo busca el placer sexual, todo el mundo lo alaba, lo magnifica, lo ensalza, lo.... oculta. ¿Por qué ocultar algo tan deseado?... ¿Quién no lo desea?
                     Nadie habló.
                     Es algo privado, íntimo, pensaron muchos. Este tío divaga. ¿Cómo vamos a follar en público? se preguntó más de uno.

                     ¿Y cómo fue? –le preguntó confidente la amiga -. Vino al piso por los apuntes; hablamos; nos miramos; nos besamos… ¡Pero eso es maravilloso! Qué suerte, cómo me gustaría! ¿Y estás enamorada?...  Creo que sí. ¿Y que sientes? Cuando le veo o estoy cerca de él, siento una sensación extraña, como…

                     … El picor. ¿Por qué no ocultar el rascado, si es un placer rudo y grosero, y sí ocultar el que es muestra de amor? Aunque sea de “amor propio”, tan habitual entre los jóvenes. No se rían ¿Quién de ustedes no se “ama” de vez en cuando en la intimidad?  

                      ¿Es el amor fuente de placer o de dolor?... Tal vez los versos de  Quevedo nos esclarezcan la duda. Decía él que el amor…
 
                                       Es hielo abrasador, es fuego helado,
                                       es herida que duele y no se siente,
                                       es un soñado bien, un mal presente,
                                       es un breve descanso muy cansado.
                                       Es un descuido que nos da cuidado,
                                       un cobarde con nombre de valiente,
                                       un andar solitario entre la gente,
                                       un amar solamente ser amado.
                                       Es una libertad encarcelada,
                                       que dura hasta el postrero paroxismo;
                                       enfermedad que crece si es curada.
                                       Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
                                       ¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
                                       el que en todo es contrario de sí mismo!
            
                      Ramón sospechaba el entusiasmo de Lola por Roberto, y eso amenazaba  precipitar sus ilusiones en la más profunda de las cavernas. Soy un estúpido creándome esperanzas.                  
                      Depende como te vaya, dijo Roberto.            
                      Lola se ruborizó. Su amiga la asió con fuerza de la mano para transmitirle su satisfacción.
                       ¡Capullo! –exclamó Ramón para sus adentros.

                       Buena aclaración. Tal vez, porque no sea ni una ni otra cosa. Decíamos que el amor era un hecho de relación, de relación del individuo con otro individuo, con cualquier cosa, incluso con uno mismo. En definitiva, una relación con el mundo, la principal relación. El amor es una expectativa de placer. Amamos aquello que nos provoca placer, aunque éste sea remoto o diferido, recordado o deseado. Cuando ya no hay percepción o esperanza de placer, dejamos de amar… incluso a uno mismo. 

                       Busquemos siempre algo que amar, para evitar que nos asalte la terrible desesperanza…  
                              Por ejemplo estudiar ¿Es un placer estudiar?
                        Las respuestas fueron de clamorosa y unánime negación, que alivió el incómodo silencio ante el discurso.
                      Es un coñazo, una jodienda, una putada, dijeron muchos.
                      Dije estudiar… y sin embargo hablan de… un gran coño, de deseos de ser jodido,  y de … como si fuese una puta. Conceptos que debían hacer referencia a cuestiones placenteras han derivado en sinónimos de fastidio y perjuicio. El lenguaje describe y simboliza cosas y emociones, y en el sexo la ambivalencia de estas se hace más evidente que en otras cuestiones. Alrededor del “sexo” existen muchas contradicciones que debemos identificar y valorar, tanto a nivel social, cultural, como personal, para procurar que no nos confundan y perjudiquen en nuestras vivencias.
                      Pero volviendo a la pregunta anterior ¿Están seguros de no “amar” el estudio?
                       De nuevo las respuestas sirvieron de algarabía.
                      El cortejo, las conductas amorosas de galanteo, son la manifestación de un deseo por alcanzar un placer, el sexual. Su aparente laboriosidad, como ocurre con el esfuerzo de estudiar, estará recompensada por la obtención de un placer imaginado y diferido, la aprobación por el otro y… un posible orgasmo. Perdón, quise decir  un aprobado.
                       Algunos rieron su ironía. Otros no le encontraron la gracia.
                       La cuestión “amada” nos provocará una emoción placentera, a veces de manera inmediata, otras de forma fantaseada, que nos motivará en la persistencia de su búsqueda, nos despertará el deseo. En el caso de estudiar, la fantasía deseada será la posesión de la “Licenciatura”; en el caso del amor pasión, la emoción surgirá del anhelo por la posesión del amado.
                      Sí, oyeron bien, posesión. Ese es el gran inconveniente del amor pasión, su esencia egoísta. A eso se reduce el amor, a la búsqueda de un beneficio, a un impulso instintivo, a veces modulado por la razón y otras irracional, ajeno a la cordura y, a veces, cercano a la locura, en busca de placer, y siempre egoísta, aunque simule generosidad.

                    La Real Academia de la Lengua lo define como: Un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser… que nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. 

                      ¿Cómo no ha de ser egoísta un sentimiento en el que nos va la vida?

                     
                      No es posible, se equivoca –pensó Lola. Le hubiese gustado replicarle, pero se sentía ridícula, aireando sus sentimientos. Miró con extrañeza a su amiga, que, con un gesto, le reafirmó su perplejidad.

                      Dolor y placer… ¿Hay algo más en la vida? Huimos de uno buscando al otro. Y entre ellos el amor, y su contrapunto, el odio. ¿O también éste es amor?  ¿No se encuentra en el odio el placer del rechazo de aquello que lo provoca? 

                         ¡Qué galimatías¡ ¡Que…lio!

                        ¡Amor, amor…! Una compleja simplicidad. Un largo y proceloso camino desde el: “todo por ti y para  ti”, al “la maté porque era mía”.

           Hubo un eco de silencio por toda el aula. 

           Yo conocí un caso, comentó a su compañera de pupitre.

                     ¿Es pues, el amor sexual, el amor por antonomasia, cantado en “Romeo y Julieta”, un impulso biológico primitivo, salvaje, intenso, egoísta y… a veces, violento, incluso cruel?
                    Primitivo, por surgir con la vida; instintivo, por irracional; intenso, por ser la fuerza de la vida; y egoísta, tremendamente egoísta, porque, aunque no lo pensemos, su fin biológico es vencer a la muerte, por ello, también puede ser cruel,  porque su pérdida nos amenace, inconscientemente, con nuestra ruina.
                   ¿Por qué dos seres que ayer se amaron intensamente, hoy se odian a muerte? ¿Amaron realmente al otro, o utilizaron al otro para amarse a sí mismos? 

                     Lola sintió un estremecimiento que le recorrió el cuerpo.