lunes, 20 de febrero de 2017

LA AMBIVALENCIA



                   De hombre a mujer  o de mujer a hombre... ¿Ambivalente?
        
                   La diferencia entre los sexos, es el mismo sexo, pura anatomía. ¿Alguien lo duda?
                   La diferencia entre los géneros es… ¿cultural o biológica? 

                  Lo preguntaré de otra forma:
                  ¿Es el macho muy macho porque es macho, o porque así lo hace la cultura?

              Como ya dijimos, la vida no tiene otro sentido biológico más que la reproducción. Nacemos, (nos enamoramos) nos reproducimos (criamos a la descendencia) y nos morimos. Nacer es pura biología; enamorarse también, ¿o alguien cree que es cultural?, reproducirse, no digamos; la crianza es cosa se supervivencia; y la muerte, para qué decir, si fuese cosa de la cultura seríamos todos muy aplicados. La naturaleza exige para la supervivencia, individuos adaptados a la adversidad; los inadaptados tienen pocas posibilidades de persistir, su naturaleza, su “forma de ser”, su conducta, su especie se extinguirá.
                 Parece que en cualquier especie, el macho ha necesitado ser muy macho y la hembra muy hembra, para llegar hasta aquí.  Miles de años de evolución, cientos de miles, tal vez millones de años, arrastrando y perfeccionando una forma de ser necesaria para sobrevivir. 

                 Crisis: Situación en la que lo anterior no sirve y hay que replantarse todo, o casi todo.

                Los modelos tradicionales de género, que han funcionado hasta aquí, parece que ya no son los idóneos. Hasta no hace mucho, en la historia evolutiva, el hombre debía  cazar y luchar, y la mujer recolectar y criar; el hombre necesitaba competir con brusquedad con otros hombres para el apareamiento; la mujer podía compartir con otras mujeres su pareja reproductora; el hombre necesitaba muchas parejas para asegurar que alguna llevara un hijo suyo; la mujer tenía la seguridad de que el hijo que llevaba era suyo; el hombre y la mujer buscaban en el otro sexo atributos que garantizaran la reproducción. En un ambiente hostil, la mujer buscaba en el hombre musculación (poder) y astucia (inteligencia), atributos que garantizaran la aportación de  alimento y seguridad a su cueva, a su casa, a su prole; el hombre buscaba en la mujer atributos de fertilidad que le garantizaran hijos: culo generoso (reserva de energía para el embarazo), amplias caderas (para un buen parto) y  grandes tetas (para amamantar). Hoy, después de tantos años, siglos, milenios de cultura y diversidad de ésta, aquellos ancestrales atributos siguen siendo valorados por ambos sexos en la estética universal que favorece la atracción.
                          
                            


                Crisis: Situación en la que los papeles asignados tradicionalmente a los individuos cambian.

                    El tradicional papel social-sexual del hombre, sobre todo del hombre, su género, su forma de ser ha entrando en crisis, sobre todo, en las sociedades desarrolladas tecnológicamente en las que la fuerza ya no es necesaria para aportar el sustento y la seguridad a la casa. La “inteligencia” se ha constituido en la principal de las cualidades que requiere el individuo para “triunfar”, y  ésta es una aptitud  asexuada, no es patrimonio de ninguno de los dos sexos. El “género masculino” está en un momento crítico, al sentir, de manera incontenible, que uno de sus elementos identificadores (la fortaleza) pierde merecimiento y el otro (la inteligencia), no sólo es compartido por el otro género, “el femenino”, sino que éste lo añade a sus cualidades como un elemento identificador más de su propia forma de ser. No es que antes la mujer no fuese igual de inteligente que ahora, pero su inteligencia estaba postergada a la “fortaleza” masculina. La mujer se ha visto obligada a utilizar lo que algunos llaman “armas de mujer”, la seducción, para, utilizada con astucia (inteligencia), compartir parte del poder del macho.
                    Según los estudios, sabemos que  la tendencia de los padres, sobre todo los varones, en la educación de los niños, de manera más o menos intencionada, es inculcar el “afecto” en las niñas y la “competitividad” en los niños. Los padres procuran dirigir el comportamiento de género de sus hijos hacia lo que determinan los estereotipos clásicos: fortaleza-inteligencia, en ellos, afecto-inteligencia, en ellas. Se quiere evitar que sus niñas se comporten como “marimachos” o sus hijos como “afeminados”. Es como si  todavía estuviésemos condicionados  por aspectos instintivos reproductores primitivos.
                 La mujer, por razones biológicas, y culturales que la refuerzan, es la principal figura de apego de los hijos. El principal elemento educador en el afecto. Parece existir en ella una mayor predisposición, que en el varón, a desarrollar y fortalecer los lazos afectivos en la familia y con el resto del entorno social. El amor, como elemento vivencial, como motor de vida, tiene mayor fuerza en la mujer que en el hombre
                  La mujer parece que ha iniciado de manera ilusionante, irrefrenable e irreversible, con la adquisición de protagonismo en el poder social, hasta ahora reservado al hombre, el camino del género “ambivalente”. Ha enriquecido su género con aquellos aspectos del masculino que le resultan de interés. El hombre corre el riesgo de quedar relegado en esa tendencia de la evolución social hacia la ambivalencia del género, si no asume con interés el desarrollo de la  aptitud afectiva, alejándose de la innata brutalidad.

                  Tal vez, en un futuro fantaseado, cuando la técnica desarrolle un útero artificial, no haya más que una forma de ser, un género ambivalente,  no de valores enfrentados entre lo femenino y masculino, sino como suma de valores de ambos.