sábado, 4 de febrero de 2017

ADQUIRIENDO IDENTIDAD



         
             ¿Cuántos de ustedes son mujeres y cuántos son hombres?

              La pregunta desconcertó a la audiencia, pues, aunque todos sabían qué era cada cual, no había más que mirarse, ninguno sabía si debía levantar o no la mano, pues su identificación no le colocaba en ningún grupo determinado en el aula, ya que todos como grupo eran todo, pero, a la vez, hacerlo le situaría en el suyo propio.

               Mejor lo preguntaré de otro modo, ¿quién de ustedes se siente diferente a como le clasifican los demás?

              Nadie levantó la mano.

              Esta aparente confusión, ante la ambigüedad de la pregunta, o esa falta de respuesta, ante su precisión, nos aproxima simbólicamente al desconcierto que a veces puede surgir en la identidad sexual de algunas personas. Llevamos tanto tiempo, toda nuestra vida, ubicándonos en el mundo como mujeres u hombres, que, generalmente, no tenemos dudas de nuestra identidad… ¿O sí?... ¿Alguno de ustedes no lo tiene muy claro?

               Algunas risas entremezcladas en el murmullo, delataron que el grupo desconsideraba esta posibilidad.

               Nuestra carga genética, en su empeño por la perpetuidad, garantizará la necesaria diferenciación en macho y hembra que necesita para reproducirse. Podría hacerlo por sí misma, pero ¿imaginan lo aburrido que sería la reproducción de uno sin la intervención del otro? A parte de lo agradable que resulta la unión de los sexos para el intercambio de genes, la naturaleza lo hace para renovar su carga genética, que, de otro modo, se iría deteriorando con el tiempo. Los hijos son una mezcla de los padres, en todo (su carga genética es un combinado), menos en el sexo, pues, o serán como la madre, mujer (con cromosomas sexuales “XX”), o como el padre, hombre (con cromosomas “XY”). A nivel biológico un solo cromosoma, combinado al azar, será el protagonista de esta diferencia. La mujer aporta en todos sus gametos, o células reproductoras, el cromosoma “X”, mientras que en el hombre, la mitad de sus gametos llevarán el cromosoma “X” y la otra mitad el “Y”.  De la íntima unión heterosexual de los cuerpos surgirá un nuevo ser que llevará en sus células la combinación “XX” (mujer) o “XY” (hombre). Esta carga genética determinará, desde el principio del desarrollo del ser humano, una diferenciación del cuerpo en hombre y mujer.
                 Ya sé que todos saben esto, pero había que mencionarlo, pues es el punto de partida de lo que será nuestra identidad sexual
                                 
                                             
                Al principio del desarrollo embrionario somos anatómicamente casi iguales, después se van produciendo los cambios que harán que al nacer el padre exclame: ¡Qué niña tan bonita! o ¡qué niño más grande!
              Es todo tan simple, pero a la vez tan sutil y delicado, que si se produce alguna anomalía en esta etapa del desarrollo, podría condicionar una posterior disarmonía entre “lo que uno se siente y lo que los demás piensan que es”. Algunas alteraciones pueden desencadenar respuestas hormonales, que favorecen diferenciaciones imprecisa, y éstas condicionar un desarrollo psicosocial, que desubique, al individuo que las presente, en un mundo rígido ante la diferencia de hombre y mujer.
                                             
                  La persona que padece alguna indefinición anatómica , sufre lo suficiente por ella, como para que, además, la sociedad lo maltrate con la marginación o el menosprecio por  ello. Actitudes éstas condicionadas por el instinto animal reproductor, que tanto condiciona nuestras conductas, y que la cualidad humana debería desterrar como criterio de valoración de las personas.
                  Aunque, como decíamos el primer día, solo seamos sexo, debemos ser algo más que genitalidad.
                ¿O alguno de ustedes cree estar vacío de vida, cuando deja de mirarse en la entrepierna?

                                 

                                  

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