¡Usted!
–dijo- ¡Sí, sí, usted, señorita! Díganos ¿qué es la vida?
Un frenesí, dijo callado uno; una ilusión, apostilló, en silencio otro…
Pues… -se interrumpió ella-. La vida es… la vida -contestó al fin, despertando las risas.
Decía el poeta que la vida es “una sombra, una ficción… que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
La razón de la vida
despierta hoy tanto misterio, como lo haría en el ser humano más primitivo que
se lo planteara. El “¿cómo?” “¿por qué?" y "¿para qué?" siguen
siendo interrogantes que despiertan inquietud intelectual. Desde la perspectiva
científica, podemos intuir su origen en un "accidental" y complejo
proceso químico por el que surgió el ARN, molécula con capacidad replicadora,
elemento esencial de la vida. Pero éste, su principio, que ayer fue, por
creencias religiosas, una decisión "divina", y hoy, por razones
científicas, parece resultado del "azar", no es lo que más preocupa y
ha preocupado históricamente al ser humano. Hombres y mujeres tienen la necesidad,
más que de conocer el principio de la vida, de resolver su final, por la
inquietud y el miedo que le despierta la ineludible realidad de la muerte.
Desde el punto de vista
religioso, si la vida viene de Dios, volverá a Dios; desde el punto de vista
científico, si la vida viene del “caldo primordial”, del lecho fangoso de los
océanos, volverá a ellos. Inaceptable destino, emocional, para quien se
considera elemento central de la “creación. Ante este decepcionante destino, racional,
el ser humano necesita imaginar una alternativa, que le permita dar continuidad
"eterna" a su vida. Sólo el “alma”, en un mundo fantaseado del “Más
Allá”; o la reproducción, los hijos, en el mundo racional y terrenal, se lo
permitirán. El éxito de las religiones se fundamenta en resolver, en el
creyente, lo que no resuelve la ciencia: dar continuidad a la vida más allá de
la muerte. Pero también el sexo, a través de la reproducción, consigue que el
individuo “se eternice”, en sus hijos y en los hijos de los hijos. Tal vez, el
aparente antagonismo ancestral que existe entre religión y sexualidad,
encuentre justificación en esa perenne rivalidad por ser protagonista en la
victoria sobre la muerte, cuando la realidad es que son soluciones
complementarias: mientras la religión garantiza “la eternidad del alma”, el
sexo lo hace con la “eternidad de la carne”.
¿Tú qué prefieres, le
preguntó uno a su compañero de asiento, reprimir los gozos terrenales del
cuerpo para la glorificación celestial y eterna del alma o, por si acaso,
glorificar en la Tierra el cuerpo para dejar satisfecha al alma?
Lo que va delante, va
delante, le contestó su amigo convencido. Luego… Dios dirá.
Pero lo que ahora nos
ocupa no es ni el principio ni el fin de la vida, sino ella misma, su
existencia y equivalencia con la sexualidad.
Sabemos que el sexo es,
desde un punto de vista biológico, un hecho reproductor, la reproducción es su
razón de ser, pero también la vida es, en este sentido primitivo, un hecho
reproductor, pues, la reproducción es aquello que la caracteriza. La vida no
tiene otro sentido, ni es otra cosa, desde la perspectiva biológica, más que crear nueva vida, reproducirse,
siendo esta capacidad reproductora lo que identifica a los seres vivos,
aquellos que: “nacen, crecen, se reproducen y mueren”, como se aprendía en la
cantinela infantil de la escuela. Esto es fácil de observar en los organismos
más simples, por su corto periodo vital, pero la misma realidad, aparentemente
disimulada por otros aspectos emocionales o intelectuales, condiciona a los
seres humanos. Gran parte de la vida de éstos gira en torno al hecho
reproductor, y no solo desde el punto de vista biológico, sino también desde la
perspectiva emocional e intelectual. Primero como crías, dependientes y al
cuidado de los progenitores; después como adolescentes, esperando alcanzar la
madurez sexual; llegada ésta, buscando
una pareja reproductora y con ella alcanzar el objetivo de la reproducción;
continuar con la crianza de los hijos, para que éstos reinicien el ciclo.
Incluso, acabada la etapa potencialmente reproductora del individuo, ya
abuelos, una de las mayores satisfacciones y razones de vida la aportan las
nuevas crías, los nietos. Bautizos y bodas son las mayores celebraciones
personales, familiares y sociales, y ¿qué son éstas, sino hechos
significativamente reproductores?
La vida se ha de entender en un doble sentido: como un hecho
individual, limitado en el tiempo, es decir como existencia del propio
individuo; y como una continuidad “eterna” de esa "existencia", a
través de la reproducción de ella misma por medio de la vida del individuo.
¿Es el individuo quién se
sirve de la vida para existir o es ésta quien utiliza a aquél para perpetuarse?
¿Y qué carajo me importa a
mí, quién es quién? -dijo uno discreto.
Pues eso digo yo, añadió
el otro reafirmando la opinión.
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