martes, 13 de diciembre de 2016

DÍA ONCE



                


                   ¡Usted! –dijo- ¡Sí, sí, usted, señorita! Díganos ¿qué es la vida?

                    Un frenesí, dijo callado uno; una ilusión, apostilló, en silencio otro…

 


                    Pues… -se interrumpió ella-. La vida es… la vida -contestó al fin, despertando las risas.

 


                     Decía el poeta que la vida es “una sombra, una ficción… que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.      

               

                    La razón de la vida despierta hoy tanto misterio, como lo haría en el ser humano más primitivo que se lo planteara. El “¿cómo?” “¿por qué?" y "¿para qué?" siguen siendo interrogantes que despiertan inquietud intelectual. Desde la perspectiva científica, podemos intuir su origen en un "accidental" y complejo proceso químico por el que surgió el ARN, molécula con capacidad replicadora, elemento esencial de la vida. Pero éste, su principio, que ayer fue, por creencias religiosas, una decisión "divina", y hoy, por razones científicas, parece resultado del "azar", no es lo que más preocupa y ha preocupado históricamente al ser humano. Hombres y mujeres tienen la necesidad, más que de conocer el principio de la vida, de resolver su final, por la inquietud y el miedo que le despierta la ineludible realidad de la muerte.
                    Desde el punto de vista religioso, si la vida viene de Dios, volverá a Dios; desde el punto de vista científico, si la vida viene del “caldo primordial”, del lecho fangoso de los océanos, volverá a ellos. Inaceptable destino, emocional, para quien se considera elemento central de la “creación. Ante este decepcionante destino, racional, el ser humano necesita imaginar una alternativa, que le permita dar continuidad "eterna" a su vida. Sólo el “alma”, en un mundo fantaseado del “Más Allá”; o la reproducción, los hijos, en el mundo racional y terrenal, se lo permitirán. El éxito de las religiones se fundamenta en resolver, en el creyente, lo que no resuelve la ciencia: dar continuidad a la vida más allá de la muerte. Pero también el sexo, a través de la reproducción, consigue que el individuo “se eternice”, en sus hijos y en los hijos de los hijos. Tal vez, el aparente antagonismo ancestral que existe entre religión y sexualidad, encuentre justificación en esa perenne rivalidad por ser protagonista en la victoria sobre la muerte, cuando la realidad es que son soluciones complementarias: mientras la religión garantiza “la eternidad del alma”, el sexo lo hace con la “eternidad de la carne”.

                    ¿Tú qué prefieres, le preguntó uno a su compañero de asiento, reprimir los gozos terrenales del cuerpo para la glorificación celestial y eterna del alma o, por si acaso, glorificar en la Tierra el cuerpo para dejar satisfecha al alma?

                     Lo que va delante, va delante, le contestó su amigo convencido. Luego… Dios dirá.

                     Pero lo que ahora nos ocupa no es ni el principio ni el fin de la vida, sino ella misma, su existencia y equivalencia con la sexualidad.
                      Sabemos que el sexo es, desde un punto de vista biológico, un hecho reproductor, la reproducción es su razón de ser, pero también la vida es, en este sentido primitivo, un hecho reproductor, pues, la reproducción es aquello que la caracteriza. La vida no tiene otro sentido, ni es otra cosa, desde la perspectiva biológica,  más que crear nueva vida, reproducirse, siendo esta capacidad reproductora lo que identifica a los seres vivos, aquellos que: “nacen, crecen, se reproducen y mueren”, como se aprendía en la cantinela infantil de la escuela. Esto es fácil de observar en los organismos más simples, por su corto periodo vital, pero la misma realidad, aparentemente disimulada por otros aspectos emocionales o intelectuales, condiciona a los seres humanos. Gran parte de la vida de éstos gira en torno al hecho reproductor, y no solo desde el punto de vista biológico, sino también desde la perspectiva emocional e intelectual. Primero como crías, dependientes y al cuidado de los progenitores; después como adolescentes, esperando alcanzar la madurez sexual; llegada ésta, buscando una pareja reproductora y con ella alcanzar el objetivo de la reproducción; continuar con la crianza de los hijos, para que éstos reinicien el ciclo. Incluso, acabada la etapa potencialmente reproductora del individuo, ya abuelos, una de las mayores satisfacciones y razones de vida la aportan las nuevas crías, los nietos. Bautizos y bodas son las mayores celebraciones personales, familiares y sociales, y ¿qué son éstas, sino hechos significativamente reproductores?
                    La vida se ha de entender en un doble sentido: como un hecho individual, limitado en el tiempo, es decir como existencia del propio individuo; y como una continuidad “eterna” de esa "existencia", a través de la reproducción de ella misma por medio de la vida del individuo.
                      ¿Es el individuo quién se sirve de la vida para existir o es ésta quien utiliza a aquél para perpetuarse?

                     ¿Y qué carajo me importa a mí, quién es quién? -dijo uno discreto.

                       Pues eso digo yo, añadió el otro reafirmando la opinión.

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