miércoles, 7 de diciembre de 2016

DÍA DIEZ



            Esa mañana Ramón había planeado acompañar a Lola hasta la Facultad. La esperó, disimulando la espera en una cafetería por donde sabía que pasaría, pero fue en vano, no pasó. Cuando llegó al aula la vio en el anfiteatro, sentada junto a su inseparable amiga, hablando de cosas que debían divertirles, por la forma de reír de ambas. 

                ¡Qué maravillosa risa la de Lola!, pensó. Solo observarla le hacía sonreír. 

                Isabel le descubrió enmarcado bajo la puerta del aula, absorto mirándolas. Le cuchicheó su presencia a Lola y ésta le saludo alzando la mano e invitándole a sentarse junto a ellas. Mientras llegaba hasta allí, se dijeron algo y  rieron.  Lola se desplazó en el asiento, para dejarle hueco junto a su amiga.
                  Yo quería sentarme junto a ti, pensó él, no junto a tu amiga.

                  ¡Sexo!... Ya les dije que todo es sexo, inició el profesor su discurso...

                   Ya nos gustaría, le confió irónico uno a su compañero de asiento. Más práctica y menos teoría. Has visto que buena está aquella de la punta.

                Como animales, que somos, nacemos con un organismo sexuado destinado a un hecho sexual, la reproducción. Sexo en bruto, diríamos. Como humanos, que pretendemos ser, debemos cultivar nuestro cerebro sexuado para modelar la brutalidad del sexo.                                                  
                   Decía el profesor Amezúa, que la sexualidad "es el modo propio de verse, sentirse y vivir como sexuado". La manera en que cada uno vive sexuadamente su existencia. Si nuestro cuerpo no se entiende sin ser sexuado, ¿se puede entender la vida sin que ésta se confunda con la sexualidad? "Es imposible caracterizar una decisión o un acto como sexual o no sexual... Hay ósmosis entre la sexualidad y la existencia, es decir que si la existencia se difunde en la sexualidad, recíprocamente la sexualidad se difunde en la existencia... pues ella es... todo nuestro ser", afirmaba Merleau-Ponty. Esta ósmosis o comunión se entiende porque los dos conceptos se confunden en los mismos elementos esenciales, la reproducción y el placer de la vida
                   Sí, sí, el placer. Por fin algo interesante, dirán ustedes: El placer del sexo. Sí del sexo. El placer del cuerpo, de la carne, de la genitalidad, y... ¿También del alma? ¿Puede el alma sentir placer sexual? ¿Qué piensan?

                   Unas pensaron que sí, a otros les resulto indiferente.

                   Pero, ¿el alma tiene sexo? y ¿el sexo tiene alma?

                    Unos pensaron que sí, a otros les fue imposible imaginarlo.

                   ¿Quién de ustedes cree en el alma?... ¿Nadie responde?... ¿Nadie cree en ella o todos lo hacen?

                  Roberto levantó la mano para intervenir, y antes de que le dieran la palabra dijo: ¿Podría usted definirnos el alma? Tal vez, así sepamos que responder.

                  Unas cuantas risas entrecortadas manifestaron la aceptación de su suspicacia. Roberto nunca defraudaba

                    Buena pregunta

                   ¡Maldita sea! -pensó Ramón-, podía habérseme ocurrido a mí. Habría impresionado a Lola.
                    Descartes decía que hay una dualidad de la conciencia y el cuerpo, muy clara para la inteligencia, y una estrecha unidad de la conciencia y el cuerpo, muy clara para la vida. Esta dualidad acompaña al ser humano desde que éste es tal, es decir desde que adquiere la conciencia de sí mismo a través de un cuerpo que lo relaciona con el mundo. A partir de entonces diferenciará el “interior” del “exterior” de su ser, porque así lo entiende su inteligencia y explicará, por qué su “alma” (su interior) perdura eternamente después de que su “cuerpo” (lo externo) haya muerto.            
                  Hoy se olvida buscar reflexivamente la propia alma, o se ignora o rechaza su existencia, y sin embargo seguimos expresando, aun sin pretenderlo, esa dualidad de nuestro pensamiento, tal vez por lo mucho que de ella queda en nuestra cultura, o bien por la misma razón que tuvieron los que nos precedieron, la dificultad de comprender la dualidad de cuerpo y pensamiento, alma y carne, como un todo.
                       La ciencia, el conocimiento científico, nos lleva a considerar que el ser humano es una compleja y armoniosa creación, un conglomerado organizado de átomos, moléculas y células, elementos éstos que son visibles, detectables, palpables (materiales). Pero ¿para quién lo son? ¿Quién los observa y estudia? ¿Es la propia célula, que toma conciencia de su existencia, quien se analiza? Aunque intuimos que sí, nos resulta difícil imaginar que así sea, que la unidad fundamental de la vida sea quien se observe así misma, quien se analice, quien fantasee sobre sí misma. Nos resulta tan  difícil admitir que materia y pensamiento es todo uno, que preferimos seguir hablando de un "interior" y de un "exterior" en nuestro ser, de un “cuerpo” y una “psique”, o, como antes se decía de manera habitual, de una “carne” y un “alma”.

                    A mí, lo que me mola es la carne, le comentó uno en voz baja al de al lado. Y a mí, le contestó aquél.
                    ¿Y el corazón, es cuerpo o alma? pensó ella. ¿Esa emoción que lo altera es parte del alma o del cuerpo?

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