Esa
mañana Ramón había planeado acompañar a Lola hasta la Facultad. La esperó,
disimulando la espera en una cafetería por donde sabía que pasaría, pero fue
en vano, no pasó. Cuando llegó al aula la vio en el anfiteatro, sentada junto a
su inseparable amiga, hablando de cosas que debían divertirles, por la forma de
reír de ambas.
¡Qué maravillosa risa la de
Lola!, pensó. Solo observarla le hacía sonreír.
Isabel le descubrió enmarcado
bajo la puerta del aula, absorto mirándolas. Le cuchicheó su presencia a Lola y ésta le
saludo alzando la mano e invitándole a sentarse junto a ellas. Mientras llegaba
hasta allí, se dijeron algo y rieron. Lola se desplazó en el asiento, para dejarle
hueco junto a su amiga.
Yo quería sentarme junto a ti,
pensó él, no junto a tu amiga.
¡Sexo!... Ya les dije que
todo es sexo, inició el profesor su discurso...
Ya nos gustaría, le confió irónico
uno a su compañero de asiento. Más práctica y menos teoría.
Has visto que buena está aquella de la punta.
Como animales, que somos, nacemos con un organismo sexuado
destinado a un hecho sexual, la reproducción. Sexo en bruto, diríamos. Como humanos,
que pretendemos ser, debemos cultivar nuestro cerebro sexuado para modelar la brutalidad del sexo.
Decía el profesor
Amezúa, que la sexualidad "es
el modo propio de verse, sentirse y vivir como sexuado". La manera en que
cada uno vive sexuadamente su existencia. Si nuestro cuerpo no se entiende sin
ser sexuado, ¿se puede entender la vida sin que ésta se confunda con la
sexualidad? "Es imposible caracterizar una decisión o un acto como sexual
o no sexual... Hay ósmosis entre la sexualidad y la existencia, es decir que si
la existencia se difunde en la sexualidad, recíprocamente la sexualidad se
difunde en la existencia... pues ella es... todo nuestro ser", afirmaba
Merleau-Ponty. Esta ósmosis o comunión se entiende porque los dos conceptos se
confunden en los mismos elementos esenciales, la reproducción y el placer de la
vida
Sí, sí, el placer. Por fin algo
interesante, dirán ustedes: El placer del sexo. Sí del sexo. El placer del
cuerpo, de la carne, de la genitalidad, y... ¿También del alma? ¿Puede el alma
sentir placer sexual? ¿Qué piensan?
Unas pensaron que sí, a
otros les resulto indiferente.
Pero, ¿el alma tiene sexo? y
¿el sexo tiene alma?
Unos pensaron que sí, a
otros les fue imposible imaginarlo.
¿Quién de ustedes cree en el
alma?... ¿Nadie responde?... ¿Nadie cree en ella o todos lo hacen?
Roberto levantó la mano para
intervenir, y antes de que le dieran la palabra dijo: ¿Podría usted definirnos
el alma? Tal vez, así sepamos que responder.
Unas cuantas risas
entrecortadas manifestaron la aceptación de su suspicacia. Roberto nunca
defraudaba
Buena pregunta
¡Maldita sea! -pensó Ramón-,
podía habérseme ocurrido a mí. Habría impresionado a Lola.
Descartes decía que hay una
dualidad de la conciencia y el cuerpo, muy clara para la inteligencia, y una
estrecha unidad de la conciencia y el cuerpo, muy clara para la vida. Esta
dualidad acompaña al ser humano desde que éste es tal, es decir desde que adquiere
la conciencia de sí mismo a través de un cuerpo que lo relaciona con el mundo.
A partir de entonces diferenciará el “interior” del “exterior” de su ser,
porque así lo entiende su inteligencia y explicará, por qué su “alma” (su
interior) perdura eternamente después de que su “cuerpo” (lo externo) haya
muerto.
Hoy se olvida buscar
reflexivamente la propia alma, o se ignora o rechaza su existencia, y sin
embargo seguimos expresando, aun sin pretenderlo, esa dualidad de nuestro
pensamiento, tal vez por lo mucho que de ella queda en nuestra cultura, o bien
por la misma razón que tuvieron los que nos precedieron, la dificultad de
comprender la dualidad de cuerpo y pensamiento, alma y carne, como un todo.
La ciencia, el conocimiento
científico, nos lleva a considerar que el ser humano es una compleja y
armoniosa creación, un conglomerado organizado de átomos, moléculas y células,
elementos éstos que son visibles, detectables, palpables (materiales). Pero ¿para
quién lo son? ¿Quién los observa y estudia? ¿Es la propia célula, que toma
conciencia de su existencia, quien se analiza? Aunque intuimos que sí, nos
resulta difícil imaginar que así sea, que la unidad fundamental de la vida sea
quien se observe así misma, quien se analice, quien fantasee sobre sí misma.
Nos resulta tan difícil admitir que
materia y pensamiento es todo uno, que preferimos seguir hablando de un
"interior" y de un "exterior" en nuestro ser, de un
“cuerpo” y una “psique”, o, como antes se decía de manera habitual, de una
“carne” y un “alma”.
A mí, lo que me mola es la
carne, le comentó uno en voz baja al de al lado. Y a mí, le contestó aquél.
¿Y el corazón, es cuerpo o
alma? pensó ella. ¿Esa emoción que lo altera es parte del alma o del cuerpo?
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