¿Qué han pensado con
respecto a la pregunta que nos plantemos el último día?... ¿Nada, no han pensado nada?…
¡Decepcionante!...
Repito la cuestión:
¿Está maldito el placer sexual no encaminado a la reproducción?
¡No!, pensó Lola. ¡Sí!, afirmó Roberto.
Lola le miró
extrañada. Ramón satisfecho. Los demás quedaron indiferentes, incrédulos,
turbados, coincidentes, discrepantes…
¡Oigamos otras opiniones!... Quienes
piensen que “sí”, que levanten el brazo… Más o menos la tercera parte. Ahora
los que piensen que “no”… Un tanto semejante. A los demás, se les ha de suponer
ambivalentes, indecisos, indefinidos o silenciosos.
Mayoritariamente
las mujeres pensaron como Lola: ¿Cómo iba a ser maldito el amor?
¿Quién de ustedes se
atreve a presumir de su placer sexual, de sus buenos orgasmos? ¿Quién airea sus
buenas masturbaciones, como puede comentar sus buenas comidas?
El placer del sexo es
aceptado por la sociedad, deseado por el individuo, pero siempre ocultado. A pesar de la importancia que culturalmente
se le da al amor entre parejas, y el beneplácito implícito de su faceta sexual,
se exalta, cultiva, protege, sobre todo, el aspecto instintivo de ese amor, el
impulso biológico que lleva a los animales a aparearse. Consideramos y
apreciamos el placer que lo acompaña, pero de manera encubierta, clandestina,
como si fuera vergonzoso, deleznable, prohibido. Parece, por cómo se oculta y
menosprecia por la sociedad, que el placer sexual es tolerado por ella, pero no
apreciado. Una contradicción para el individuo: Rechazar lo que desea. Y
también para la sociedad, que siendo la culminación del ordenamiento racional
de las conductas, ordena las conductas sexuales por un principio instintivo. Lo
biológico condiciona lo cultural. Es comprensible que la moral social, más o
menos liberal, rechace, más o menos, según las modas, toda manifestación sexual
que se aparte de su finalidad reproductora. ¿Son los lupanares “paraísos de
placer” o “antros de perversión”? ¿Es el placer sexual un valor humano a
cultivar o un instinto animal a ocultar? Da la impresión de que es un deseo
rechazable, un orgullo vergonzoso, una satisfacción deleznable, un placer
doloroso, un secreto conocido, una intimidad pública, una libertad reprimida, una gozosa vivencia,
que se esconde a los hijos, a quienes se inculca lo mejor de la vida.
Todos tenemos tendencia a
ocultar aquellos aspectos de nuestras vidas que no consideramos positivos, facetas
rechazables, prohibidas… También lo íntimo, sí, pero solo cuando esta
intimidad es vergonzante o amenazante. Una
asociación que, consciente o inconscientemente, relaciona ocultamiento y
morbosidad.
¿Por qué los padres, los
maestros, los educadores, la sociedad, renuncia a educar en la búsqueda del
placer sexual?
Nuestro cuerpo es receptivo a
sensaciones agradables, nuestro pensamiento anda siempre en su búsqueda. Se cultiva
apreciar lo que percibimos a través del oído, de la vista, del olfato, del gusto,
¿del tacto?... Depende de cuál sea la parte del cuerpo que se acaricie.
En esta experiencia universal
de la vida, en la vivencia del placer sexual, todos somos autodidactas, y por
ello, cuando llegamos a aprender tal vez se haya perdido el interés por vivirla.
Podríamos decir que en esta deseable y perenne experiencia del ser humano,
sabemos tanto como el hombre de Cromañón. Dije hombre, aunque podría haber
dicho mujer. ¿O no? Me da la impresión de que las mujeres parece que
aprendieron algo más.
Todos rieron, unas más y
otros menos.
¿Piensan que el placer sexual es tan
elemental en su primitivismo, tan simple en su expresión, que no requiere
aprendizaje?
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