miércoles, 4 de enero de 2017

DÍA CATORCE



                                            
                         ¿Qué han pensado con respecto a la pregunta que nos plantemos el último día?...  ¿Nada, no han pensado nada?… ¡Decepcionante!...
                         Repito la cuestión: ¿Está maldito el placer sexual no encaminado a la reproducción?
                           ¡No!, pensó Lola. ¡Sí!, afirmó Roberto.
                            Lola le miró extrañada. Ramón satisfecho. Los demás quedaron indiferentes, incrédulos, turbados, coincidentes, discrepantes…
                            ¡Oigamos otras opiniones!... Quienes piensen que “sí”, que levanten el brazo… Más o menos la tercera parte. Ahora los que piensen que “no”… Un tanto semejante. A los demás, se les ha de suponer ambivalentes, indecisos, indefinidos o silenciosos.
                             Mayoritariamente las mujeres pensaron como Lola: ¿Cómo iba a ser maldito el amor?
                          ¿Quién de ustedes se atreve a presumir de su placer sexual, de sus buenos orgasmos? ¿Quién airea sus buenas masturbaciones, como puede comentar sus buenas comidas?
                            El placer del sexo es aceptado por la sociedad, deseado por el individuo, pero siempre ocultado.  A pesar de la importancia que culturalmente se le da al amor entre parejas, y el beneplácito implícito de su faceta sexual, se exalta, cultiva, protege, sobre todo, el aspecto instintivo de ese amor, el impulso biológico que lleva a los animales a aparearse. Consideramos y apreciamos el placer que lo acompaña, pero de manera encubierta, clandestina, como si fuera vergonzoso, deleznable, prohibido. Parece, por cómo se oculta y menosprecia por la sociedad, que el placer sexual es tolerado por ella, pero no apreciado. Una contradicción para el individuo: Rechazar lo que desea. Y también para la sociedad, que siendo la culminación del ordenamiento racional de las conductas, ordena las conductas sexuales por un principio instintivo. Lo biológico condiciona lo cultural. Es comprensible que la moral social, más o menos liberal, rechace, más o menos, según las modas, toda manifestación sexual que se aparte de su finalidad reproductora. ¿Son los lupanares “paraísos de placer” o “antros de perversión”? ¿Es el placer sexual un valor humano a cultivar o un instinto animal a ocultar? Da la impresión de que es un deseo rechazable, un orgullo vergonzoso, una satisfacción deleznable, un placer doloroso, un secreto conocido, una intimidad pública,  una libertad reprimida, una gozosa vivencia, que se esconde a los hijos, a quienes se inculca lo mejor de la vida. 
                      Todos tenemos tendencia a ocultar aquellos aspectos de nuestras vidas que no consideramos positivos, facetas rechazables, prohibidas… También lo íntimo, sí, pero solo cuando esta intimidad  es vergonzante o amenazante. Una asociación que, consciente o inconscientemente, relaciona ocultamiento y morbosidad.
                 ¿Por qué los padres, los maestros, los educadores, la sociedad, renuncia a educar en la búsqueda del placer sexual?
                 Nuestro cuerpo es receptivo a sensaciones agradables, nuestro pensamiento anda siempre en su búsqueda. Se cultiva apreciar lo que percibimos a través del oído, de la vista, del olfato, del gusto, ¿del tacto?... Depende de cuál sea la parte del cuerpo que se acaricie.
                  En esta experiencia universal de la vida, en la vivencia del placer sexual, todos somos autodidactas, y por ello, cuando llegamos a aprender tal vez se haya perdido el interés por vivirla. Podríamos decir que en esta deseable y perenne experiencia del ser humano, sabemos tanto como el hombre de Cromañón. Dije hombre, aunque podría haber dicho mujer. ¿O no? Me da la impresión de que las mujeres parece que aprendieron algo más.
                  Todos rieron, unas más y otros menos.
                   ¿Piensan que el placer sexual es tan elemental en su primitivismo, tan simple en su expresión, que no requiere aprendizaje?

No hay comentarios:

Publicar un comentario