Entró en la clase y espero
que se hiciera el silencio. No fue difícil. Todos estaban expectantes de lo que
diría ese día. Simuló un instante de duda y preguntó.
¿Alguno de ustedes tiene
prácticas zoofílicas, o conocen a alguien que las tenga?
¡Por dios, que
aberración! ¡Qué asco! ¡Esto es el colmo! ¿Habrá gente que le guste eso? Hay
gente para todo ¡No me jodas!
De nuevo creó la
expectación que buscaba.
Sí, ya saben, prácticas
sexuales con animales… y no me refiero a animales racionales
Carmen sintió un
escalofrío. Sin pretenderlo se cobijó en la silla, como si percibiera el peso
de la mirada del aula fijada en ella. Recordó con vergüenza cuando dejó que su
querido perrito, jugara con ella. Solo fue en un instante, pero…
Aunque… ¿no seremos
todos, o casi todos, un poco zoofílicos? ¿Quién de ustedes no siente agrado
acariciando a un animal? ¿Y cuántos lo sienten dejándose acariciar por ellos?
El mismo Zeus, padre de los dioses, sedujo a la bella Leda transformándose en
un hermoso cisne.
Carmen sintió cierto
alivio. Su perrito era como uno más de la familia. En él volcaba parte de sus
emociones más íntimas, las que no contaba a nadie; era receptor de alegrías y tristezas,
de abrazos y caricias. El animal se sentía tan cercano a ella que lamía la mano
de Carmen cuando quería que le prestara atención, o la cara cuando lo
aproximaba para abrazarlo.
No es lo mismo acariciar
el lomo que la entrepierna, murmuró uno, en tono suficientemente alto para que
le oyeran sus compañeros, despertando las risas de algunos y el asentimiento de
muchos.
Carmen se sintió
violentada, pero calló. Bañaba, peinaba y cuidaba de su perrito con mimo y detenimiento.
Era como un juguete, pero con vida, incluso… Muchas veces se había preguntado
si los perritos tendrían alma. Después de todo se alegraban y sufrían como un
ser humano. Decían que eran tan inteligentes como un niño de dos años, y éstos
ya deben tener alma. ¡Qué aburrido el cielo si no hay más que personas, ni
animales ni plantas que compensen lo que a veces no se obtiene de aquellas!
Como decíamos ayer, si
todo nuestro comportamiento es sexuado, nuestra relación afectiva con los
animales también lo será. ¿Qué es lo que despierta el rechazo social de lo que
habitualmente se entiende por zoofilia? Uno de ustedes ha murmurado, con
reparo, que no es lo mismo el lomo que la entrepierna. Tiene razón. Y puestos a
elegir, no digo en quien, ¿qué prefieren que les acaricien, y acariciar, el
lomo o la entrepierna?
Las risas confirmaron una
segura repuesta mayoritaria: la entrepierna
A veces, Carmen, no
pensaba en él como un perro, sino como Mimoso, su amigo íntimo y fiel, su
confidente, su apoyo. Era su responsabilidad cuidarle, pero también era su
satisfacción hacerlo. Lo bañaba, lo peinaba, lo acicalaba. Era un ser querido y
se sentía correspondida por él. Cuando el animal, en su efusivo afecto, le
lamió la cara por primera vez, se sorprendió. Su lengua era cálida y húmeda,
agradable. No sintió repulsión.
El placer genital. El
maldito, sucio, pecaminoso, rechazable placer genital. ¿Son los genitales
sucios, aun cuando están lavados? ¿Es su caricia también sucia, desagradable?
¿Qué opinan?
Nadie contestó, pero
muchos pensaron que esa era la zona más sucia de un cuerpo, y, sin embargo, tal
vez la más deseada en su caricia.
Una más de las
contradicciones de todo lo que se relaciona con el sexo: valoramos lo que
despreciamos. Sentimos vergüenza de los genitales y, a la vez, son motivo de
admiración. Escondemos los genitales por
desagrado en mostrarlos, pero también por considerarlos valiosos, dignos de
ofrecerlos solo a personas especiales y en momentos especiales. Son como el
pequeño, o gran tesoro, de nuestra anatomía, un tesoro del que nos avergonzamos.
Aun suponiendo esa
suciedad, los genitales se ocultan más por ser elementos de placer sexual que
por ser órganos de evacuación. Se comparten los servicios públicos de manera
cotidiana, sin vergüenza, pero se esconden los prostíbulos, con vergüenza. Las
autoridades instalan retretes públicos, pero prohíben los lupanares. Las
máquinas expendedoras del dañino tabaco están expuestas públicamente, las
expendedoras de preservativos arrinconadas en los retretes.
También en la zoofilia es
el placer sexual lo condenable, no el afecto, el mimo, la caricia al animal,
sino la búsqueda del placer sexual. ¿Es el deseo por el placer sexual un
deseo rechazable? ¿Qué opinan?
No, dijeron muchos…
Depende, afirmó una voz anónima.
¿De qué depende?
Que textos más interesantes y entretenidos, y con las imágenes han ganado mucho. Sigue así
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